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El duende se apaga: la agonía del flamenco en España si cierran los tablaos





Alberto García Palomo. Sputnik.- Patrimonio Inmaterial de la Humanidad de la Unesco desde 2010, esta disciplina artística ejerce de rasgo nacional y tradición cultural básica. El cierre del tablao Casa Patas por la pandemia de coronavirus pone en la cuerda floja su supervivencia.

Se podría pintar de paradójico: mientras Rosalía suma millones de visualizaciones y actúa en los festivales internacionales de más lustre, uno de los tablaos donde empezó cierra sus puertas. Casa Patas, situado en el centro de Madrid, anunció la semana pasada que no abrirá de nuevo. La crisis sanitaria provocada por el coronavirus ha forzado la decisión. "Preferimos cortar así, sin acumular más deudas, de la mejor forma para todos”, detalla en plural Martín Guerrero, su propietario.

Este desenlace es una advertencia a la que se ha incorporado el resto de espacios de este tipo. Sin el magma de donde salen artistas y profesionales, el flamenco se acaba. Y la agonía se presiente, aunque haya gente optimista. Al fin y al cabo, piensan algunos, esta disciplina siempre se ha movido en las grutas. La encrucijada actual, no obstante, es seria: la Asociación Nacional De Tablaos Flamencos de España (ANTFES) ha lanzado un alarido de auxilio para salvarlo. El estado de alarma y las medidas impuestas a escala global para detener la propagación del COVID-19 les han atacado por dos bandas: la reducción de aforo en hostelería y la aniquilación del turismo internacional.


Porque es este público el que aviva los quejíos: algunos recintos cifran hasta en un 95% la audiencia extranjera en los espectáculos. La presencia nacional es anecdótica, a pesar de que el flamenco es una de las señas de identidad españolas. Se alega la falta de educación hacia esta cultura. Una tradición cuya cuna está comprendida en Andalucía, en el triángulo formado por Jerez de la Frontera, Cádiz o el barrio de Triana en Sevilla, pero que cuenta en Madrid con los templos más laureados.

Así lo describe el escritor Montero Glez en La imagen secreta: "El eco de los centros árabes tiene su voz en los ritmos de la negritud. Dicho origen se debe a la proximidad entre tribus, una cercanía que daría lugar al intercambio cultural. Porque el mestizaje no se acaba con el intercambio del fuego y la sangre, sino que se hacía infinito con la ayuda del ritmo de la parte más oscura. Con esto, la música negra y la música árabe llegarían juntas a un lugar colocado en el centro del mapa, un territorio en constante conflicto con los moros. Lo que hoy es Madrid".

Y aquí, como en decenas de rincones esparcidos por el mapa, anida el duende. Ese "poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica" al que invocaba Federico García Lorca. Sus guaridas transitan desde el reclamo de neón para turistas de paso, escudados en una guía donde se resaltan los flamenco shows, hasta las catacumbas de garitos donde se canta por bulerías en madrugadas interminables.


Casa Patas se sitúa entre medias: vendía noches de música con cena como un plan unmissable en Madrid, pero también congregaba a la comunidad gitana que sentía el flamenco como una extremidad más. En su barra han reposado los brazos de cantaores y guitarristas como Enrique Morente, Diego El Cigala, Paco de Lucía, Pepe Habichuela o Raimundo Amador. Los mejores. Igual que lo es ahora Rosalía en esa actualización del género con la que ha congregado vítores de ultramar.

© Foto : Cortesía de Casa Patas.

Fachada del tablao flamenco Casa Patas, en Madrid
"La decisión es traumática, pero era la más favorable", incide Guerrero al otro lado del teléfono. A sus 46 años y con formación de arquitecto, el responsable del negocio agarró hace unos años el legado de su padre, que montó una bodega en los años 80 y terminó instaurando un símbolo del flamenco. "La tormenta de la crisis ha precipitado el cierre. En marzo ya nos lo planteamos, pero en abril lo vimos claro: mejor pagar a trabajadores y liquidar a proveedores que entrar en quiebra y eternizar todo el proceso", reflexiona.

Guerrero no cree, sin embargo, que esta clausura implique el final del flamenco. "No hay que temer por su vida. Me gusta ser optimista y creo que seguirá habiendo circuito, seguirá teniendo sus refugios".
Quedan refugios, claro. El problema es qué será de ellos. Huele a castillo de naipes. Detrás de Casa Patas, aventuran algunos, podrían caer el Chinitas, el Cardamomo, Las Carboneras o el más antiguo, El Corral de la Morería. "Somos probablemente el sector más castigado de la crisis, porque nos afecta lo que le está pasando a la cultura y al turismo", sintetiza Juan Manuel del Rey, actual copropietario de este otro local legendario. Su madre, Blanca del Rey, es una de las representantes más laureadas del gremio, atesorando incluso la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.

© Foto : Cortesía del Corral de la Morería

Actuación en el Corral de la Morería, tablao flamenco de Madrid
Han atendido desde que se fundó, en 1956, a todo tipo de celebridades. Que Frank Sinatra se diera un homenaje entre sus paredes era ocasional, pero que Dalí paseara con su pantera por sus mesas o que Ava Gardner empezara allí alguna de sus mágicas veladas era más común. Nunca han abandonado ese espíritu bohemio, aunque ahora contaba además con una estrella Michelín por el menú y con plazas reducidas. "Tenemos 80, pero con las restricciones hay que quitar la mitad. Y con eso no podemos mantenernos", narra Del Rey a sus 52 años.

"De los tablaos vive el 90-95% de los artistas. Porque luego hay espectáculos, pero son contados", sopesa el propietario del Corral de la Morería. "Si se mueren los tablaos, mueren los flamencos y se pierde una imagen cultural que es única en el mundo", resume.
Calcula Del Rey que seis millones de personas viajan al año para encontrarse con este acervo primitivo. "Saben que en España hay flamenco permanentemente. Cualquier visitante extranjero tiene oferta continua en Madrid y otras ciudades", añade el dueño del establecimiento, que ha sido catalogado en listas internacionales como el mejor tablao del mundo. Del Rey también se queja del desconocimiento y la carencia de incentivos gubernamentales a este arte atávico.

"Estamos en contacto con las Administraciones para ver cómo abordamos el tema. Porque las instituciones conocen la situación dramática y saben que es necesario poner todos los recursos, que sería una hecatombe", concede. Del Rey ilustra "la foto" como el desplome de la Marca España y de los 7.000 millones de euros que mueve esta disciplina, según indica.


Juan Verdú, organizador del festival Suma Flamenca y "activista del flamenco" de 71 años, recurre a Antonio Machado y a la costumbre de los españoles de despreciar lo propio. "Hay más tablaos en Japón que en España", lamenta, "aunque sean nuestra carta de presentación mundial". Verdú, aun así, no va a llorar en el eventual ocaso. "Los lugares del flamenco no cierran nunca", dice, y alude al caso del Amor de Dios, uno de los espacios más emblemáticos: fue la sede del Ballet Nacional de Danza a las órdenes de Antonio Gades, bajó la persiana y volvió a abrir.

© Foto : Cortesía de Jose Cervera

Lucía de Miguel, bailaora de flamenco, en un espectáculo
Posibilidad que en Casa Patas descartan, de momento. Lucía de Miguel, bailaora de 36 años, dice que el cierre es "un palazo tanto en lo profesional como en lo personal". "Tenía un programa muy variado. Era un referente", señala. "La reapertura es inviable con estas medidas. Y los tablaos son un pilar imprescindible. No solo porque sostienen económicamente a los artistas, sino que es donde se experimenta y nos mantenemos en forma. Es fundamental en su formación. Y, si se pierden, sería muy difícil reubicarlos de otra forma. Casi no se me ocurren alternativas", opina la profesional.

"Fuera es como si fuésemos dioses, pero aquí solo se vende el sol y playa", enfatizaba hace unos años Mari Carmen Mira, propietaria del Café Chinitas, en un artículo del periódico El País. "Si no eres gitano no lo descubres hasta los 30 años. Es un arte maltratado", añadía Ivana Portolés, del Cardamomo. Un Patrimonio Inmaterial de la Humanidad cada vez más inmaterial. Aunque su tratrá resuene por los cinco continentes.

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